El año pasado me quedé con ganas de escribir un
post un día tan bonito como hoy. Era mi primer día de la madre y, por supuesto,
era muy especial para mí, pero lo que más pensaba ese día es que realmente
era mi primer día como hija.
No se me olvidará que mi madre siempre ha dicho
que ella se peleaba (en el buen sentido) mucho con mi abuela pero que el día
que tuvo a su primera hija se dijo a sí misma “No voy a enfadarme nunca más con
mi madre”. Y siempre lo cuenta con lágrimas en los ojos. En ese momento se dio
cuenta de cuánto una madre quiere a un hijo y que, desde ese preciso instante,
todo lo que hiciera, más o menos acertado, sería por el bien de sus hijos. Como hacía mi abuela con ella.
Así de pepona era yo de pequeña.
Y, aunque esto es cierto y es algo que yo nunca
he dudado de ella, he de reconocer que una vez que yo he sido madre me he dado
cuenta de lo importante que es la mía para mí. Desde el mismo momento de
quedarme embarazada mi madre ha sido mi principal apoyo en todos los sentidos.
Nadie se ha preocupado más que ella por mí.
Cuando viene un niño en camino, como es lógico,
todas las atenciones se centran en la madre pero como medio, como “continente”,
porque lo realmente importante es el bebé. Sin embargo, para mi madre, ni yo ni
mis hermanas hemos dejado de ser lo más importante para ella, independientemente
de todo lo demás. Durante estos más de dos años (entre embarazo y los 18 meses
de Éric) mi madre ha demostrado una capacidad de trabajo y sacrificio que,
aunque siempre he conocido, me ha hecho admirarla aún más.
Ésta no es nuestra mejor foto, jeje, pero fue el momento en el que le dijimos a mis hermanas que Éric venía de camino. Como mi madre ya lo sabía me preparó gachas, un plato manchego que apenas como y me gusta mucho. Aquí empezaron las atenciones especiales... y hasta hoy.
Es muy difícil de explicar pero es emocionante
pensar cuánto te quiere una persona. Es tu madre, es obvio, pero la mía es muy
especial. Después de 5 nietos, quiere a Éric como si fuera el primero y la
mitad de la semana ella y mi padre se encargan de su cuidado por las mañanas.
Pese a su cansancio y su edad (que no perdona)
su única preocupación es hacerme la vida más fácil. Llego a casa y me encuentro
todo recogido, la mopa pasada, la ropa planchada, la comida hecha…
¡¡Increíble!! Tiene una energía que ya la quisiera yo.
¿Y le apetece? Pues lo dudo mucho. Pero su
respuesta siempre que la regaño es “hija, así no lo tienes que hacer tú que
estás cansada”. Y seguro que ella está mil veces más cansada que yo.
Así me encuentro con que gracias a ella mi hijo
tiene la ropa perfecta, los purés caseros todos los días y las cenas también
están aseguradas. Yo me enfado, le digo que no haga más, que es mi
responsabilidad, pero ella responde “si así te puedes sentar un rato,
estupendo. ¿Qué hago yo sentada toda la mañana?” Y me río e intento no discutir
pero mi madre nunca se sienta. Porque esto que cuento que hace conmigo, lo hace
con los otros 4. Cinco nietos que adoran sus croquetas, su sopa y todo lo que
ella hace. Porque, si es de la yaya, está bueno. Como dice mi sobrina “esta
yaya… es mucha yaya”.
Y como éstas, infinidad de cosas más. Como ir
al parque a tirarse por la arena con el niño aunque sus rodillas apenas le
dejen levantarse. Como aprovechar e ir a ver al otro nieto, aunque lo que le
apetezca es estar sentada, pero así juegan juntos los dos. Como organizar
múltiples comidas familiares para estar todos juntos…
Y sé que en estos últimos años soy muy pesada
con lo maravillosa que es mi madre, pero no lo puedo evitar. Para cada uno de
nosotros, nuestra madre es la mejor. Pero si soy tan pesada es porque es ahora,
cuando más la estoy necesitando, cuando he aprendido a valorarla de manera
extraordinaria. Y porque ahora que soy madre, y noto en mi propia piel el
cansancio que esto supone, es cuando más puedo reconocer su esfuerzo de
“trimadre” y "quintiabuela".
Porque me parece un modelo a seguir. Porque yo
quiero ser como ella. Una mujer que ha sacado tres hijas adelante, con un marido que trabajaba de sol a sol y sin familia en Madrid. Porque a trabajadora no la gana nadie. Porque ella
siempre está en el último lugar. Sus hijas, sus yernos, sus nietos y su marido
son lo primero. Luego, ella. Porque nunca la oigo quejarse. Porque no quiere
atenciones (aunque sí las quiere, como todos). Porque nunca pide. Porque su
corazón en inmenso.
¿Perfecta? Pues no lo será. Pero tiene tantas
virtudes que los defectos no los veo.
Porque desde que soy madre, realmente soy
consciente de que soy su hija. Y hoy, aunque ni ella ni nadie cercano leerá
este post, me apetece dedicarle estas líneas y hacerle mi particular homenaje. Es la única manera en que sé hacerlo.
¡¡Feliz día de la Madre!!